Sull'ultimo numero di Unesco Courier ho trovato un articolo di Antonio Skármeta, cileno di origine dalmato-croata, che ripercorre le sue origini di scrittore, facendole risalire alle sere in cui, ascoltando con la nonna le più improbabili radionovelas, finiva spesso con il dover inventare storie e finali per rimediare ai frequenti blackout che zittivano l'apparecchio di casa.
Mi piace tanto che lo riporto qui.
La rivista si può prelevare in PDF in diverse lingue.
«Mi infancia fue un largo idilio con la radio y mi primera experiencia con relatos que carecían de todo soporte material. Cuando mi abuela tejía interminables chalecos después del almuerzo, me pedía que me quedara sentado a su lado, mientras ella oía horribles melodramas radiales con música patética y episodios escalofriantes. Se apasionaba de tal manera por esas seriales radiofónicas que se irritaba si alguien le hacía una pregunta o sonaba el teléfono. Y comentaba con furia la torpeza de los protagonistas que no eran tan decididos como ella para actuar. Por ejemplo, recuerdo una serial en que capítulo a capítulo dos bandidos intentaban robar el anillo de diamantes de una mujer aristocrática que valía un millón de dólares. Pero cada vez que estaban a punto de birlarle el anillo de su dedo, algo pasaba: entraba la criada a la habitación, su marido se acercaba a besarla, la mujer cerraba el baño al ducharse. En una ocasión, los bandidos le meten en la sopa una pócima de estupefaciente para hacerla dormir, y cuando la dama cae tendida al suelo, intentan sacarle el anillo. Pero éste estaba tan apretado que al cabo de diez minutos de esfuerzos tienen que huir sin poder llevarse la joya. Mi abuela, que amaba las emociones fuertes, me dijo indignada en español con su acento croata: “¡Qué bandidos más estúpidos! Lo que tienen que hacer es traer hacha, cortar dedo mujer rica y llevarse anillo y dedo.”En el pueblo la electricidad no era muy estable. Y había muchos cortes de energía que impedían que se mantuviera encendida la radio. Mi abuela se indignaba, pues ocurrían a veces en el momento culminante de la acción melodramática. Y entonces me decía: “A ver, Antonio, ¿qué crees tú que está pasando ahora mismo?” Y yo, con muchos gestos y ritmo acezante, le iba contando lo que me imaginaba, por cierto con acciones tan descabelladas como las que le gustaban a ella. Mi abuela asentía y seguía tejiendo, clavando su mirada en el techo como si allí ocurriera la acción que yo le narraba. Y un día sábado en que sí había electricidad y la radio funcionaba con el melodrama a alto volumen, mi abuela la apagó y me dijo: “Antonio, mejor, cuéntame tú.” Yo estimo que ése el momento inaugural de mi vida de escritor profesional: ¡sin soporte de ningún tipo!Como ustedes comprenderán, haber satisfecho las ansias de fantasía de una abuela era una invitación contundente a desembocar en la inestable condición de escritor. La aprobación de la anciana de mis “complementos” dramáticos me resultó más valioso que un PHD en creative writing de Harvard. Ser escritor para un adolescente chileno en esa época no podía ser sino ser un escritor norteamericano. ¡Y en New York! Trepar a la terraza del Empire State Building con una preciosa chica rubia en la mano, como lo había hecho King Kong. Allá en la gran metrópolis del mundo estaba toda la excitación necesaria. Había que volcarse al camino, a vivir on the road, como lo hacían Kerouac y sus poetas beatniks. Siendo yo un escritor que aprendió a amar la literatura sin ningún soporte material – como no fuera la voz humana y acaso el silencio del desierto –, no le temo al tipo de aeropuerto donde aterricen las fantasías. Para mí el problema de la literatura no es el tipo de soporte, sino la falta de lectores. Si hago el elogio del libro de papel con entusiasmo, es porque hasta ahora éste ha sido el vehículo que me ha permitido contactarme con lectores en más de treinta lenguas. Pero también lo han conseguido los filmes hechos sobre mis novelas y hasta las óperas que las han cantado.»
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